Teníamos una reunión y una compañera me pidió que la llevara. Si bien nunca tuvimos mucho trato le dije que si y allá fuimos mientras yo me preguntaba de que íbamos a hablar durante el viaje.
Divorciada, tres hijos varones, el menor casi de mi edad, no muchos puntos en común. Canta en un coro de un templo judío y fue seleccionada para actuar en el Madison Square Garden con Andrea Bocelli en julio. Interesante. Hablemos de música, pues.
“Una vez hicimos una obra de un artista argentino” – me dice- “Ramirez se llama”.
-“Ariel Ramirez? Hicieron la Misa Criolla?”
A partir de ese momento el viaje nos quedo corto, mi compañera contó que Ramirez en persona presencio uno de los ensayos y ella quedo maravillada por “ese hombre tan apuesto y buen mozo”.
Esta mañana nos volvimos a encontrar. Le lleve los discos de la Misa Criolla de Ariel Ramirez y la versión de Mercedes Sosa, mientras intentaba explicarle la magnitud que Sosa tiene en el resto del mundo.
Ella me dijo que se había comprado un Ipod, y esos eran los dos primeros discos en su selección. No veía la hora de subir al auto para poder escucharlos.
Esta tarde, en algún lugar de la autopista de Nueva Jersey hay una sesentona en un auto violeta escuchando a todo volumen la Misa Criolla.
Tecnología, lenguaje, experiencias, todo se supera con la grandeza de la música.
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